El carantamaula

Era un cajetilla enamorado de sí mismo. Recorría los espejos de los bares admirando su reflejo, coqueteando con las hembras de la noche porteña. Afirmaba esconder un facón bajo la lengua y arremetía sobre muchachas y adversarios a puro salivazo.
Entonces encontró a la Silvia, ejemplar digno de sus mejores esfuerzos. Porfiado a pesar de las negativas, la sobó hasta arrancarle una caricia. Y se sonrió a sí mismo en el espejo del hotel, mientras la desnudaba.

Silvia, la princesita del viejo Abasto, resultó ser un mariconazo llamado Oscar. Ahora ella, él, patina la noche mientras el carantamaula, olvidado macho de reflejo brillante, espera en la pieza de la pensión cocinándole omelettes.

Comentarios

Boy a vicitar este blog asta probocarte una repuesta.

Juan Gris
Unknown dijo…
Bueno, creo que el problema con las respuestas era mi anterior deseo de anonimato.
Superada esa inseguridad, puede responderle cuantas veces lo requiera.
Cordialmente,
Yo.

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