14-01-2014

En Navidad y Año Nuevo de 2013 me reencontré con mis tablas. En enero de 2014 volví a surfar.

Y a vos te olvidé.

De prepo caíste al fondo del mar, gracias a ese cimbronazo de último o primer momento.

En terapia, recordé que los problemas empezaron antes de Córdoba, en 2010, y casi me come la tristeza. Así entendí, por fin, que no fui especial ni nada de lo que creí ser para vos. Entendí que mis errores no fueron lo único que nos separó, y que a la hora de la salida fui descartado, como cualquier otro antes, como seguro lo serán los demás, después. Serví en cuanto novedad y en cuanto posibilidad de futuro. Pero cuando ese futuro se hizo real, tangible y cotidiano, cuando dejé de ser novedoso, ya no fue lo mismo. Serví también como pilar, como una roca desde la cual se pudo resistir un maremoto. Una inundación que se llevó grandes porciones de mi fuerza, de mi amor propio, de mi alma. Ponele que fui un dique. Y cuando finalmente me rompí, me quedé sin respuestas, sin aliento, fui dejado al costado del camino. Para peor (o mejor, quizá), poco tardó en aparecer mi reemplazo.

¿Importa ahora?

No. Porque además tengo mis culpas. Y son muchas. Y todavía me duelen como para andar  preocupándome por las tuyas.

Lo único que realmente importa hoy es el fuego que encendió mi pecho el sábado 4 de enero, cuando un swell de 2 metros cacheteó las costas de Valeria. Ese día lo escuché a Sebastián hablándome al oído. Escuché también cómo me ninguneaba un guardavidas:

-Mejor no se metan, hay que ver si llegan, porque está muy alto.


Le sonreí y me entregué al agua. Remé con fuerza, mientras alentaba a los que entraban conmigo. Y con mi sobrino Franco llegamos hasta el fondo. Bajé 2 olas enormes y fui feliz. Hacía rato que no sentía esa fuerza. Pero esa vida tuvo un precio; la tabla me golpeó un tobillo en un revolcón. Me rayé una pierna con las quillas. Me cagué un hombro de tanto remar. Y terminé agotado, al borde de la nada.

Ese sábado vi tipos de 20, 30 y 40 años cansarse sin alcanzar la línea. Los vi abandonar antes de pegar una ola. Vi surferos palearse desde la cresta. Los vi caer hasta el fondo y salir, muertos de miedo. Yo no salí, ni me cagué, ni abandoné. Y pude ver la cara de miedo y felicidad de mi sobrino cuando se largó, solo, en el lomo de un dinosaurio de espuma y agua. El que lo vivió, lo sabe; es una puerta. Fue hermoso ver cómo la cruzaba Franco. Se pegó el golpe de su vida, pero así empieza todo.


Después siguieron otros días, con menos olas o con nada. Surfamos, salimos a la noche, tomamos mate, jugamos al tejo, hablamos. Y cuando hubo tiempo y privacidad, también lloré, conté y me reí. Ahora sé que estoy más vivo que nunca, con la fuerza terrible de mi juventud y la experiencia de mis nuevos viejos modos, como si me hubiese hundido para filtrar una ola, hace 20 años, para salir hoy, intacto.

Mientras escribo, imagino el swell que (parece) va entrando: *lo espero con toda la bronca que me gime desde la tripa. Quiero aplastarlo con el peso de mi cuerpo. Quiero deformarlo mientras lo corto con la tabla. Quiero partirlo al medio con las quillas. Quiero que muera bajo mis pies. Como te moriste vos, Sebas, aquella tarde*.

Nunca debí dejar el mar. Sin él no estoy completo. No soy, o no puedo serlo siempre. No sé por qué me fui. Ya no importa. Tampoco sé quién guionó este fin de año, lleno de sobresaltos y lindas sorpresas. Pero hay dos cosas que sí sé: soy un surfero, y mi alma es agua salada.

En un rato salgo para la playa. Me espera una remada larga, antes de alcanzar la felicidad.

*de Pájaros en la sal.

Comentarios

Hermoso, Martín! Disfrutá mucho y el útimo día, cuando remes por última vez, llevá el lastre de penas y antes de subirte a esa ola, la última, soltalo, miralo hundirse,despedite si es necesario y subí a la ola, liviano, etéreo, feliz pájaro de sal.
Unknown dijo…
Gracias Ine!!!!!!!

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