Ella quiso

Estábamos en el patio, escondidos en el lavadero. Ella metía su mano en mi pantalón, incendiándome el cuerpo. Me gustaba su mano cerrada, moviéndose. Y me perdía imaginando cómo nos revolcábamos entre la ropa sucia.
En la casa seguían festejando el cumpleaños. A mí ya no me interesaba quién me había invitado, sólo pensaba en su mano moviéndose en mi pantalón. Me senté en el piso, imaginándola desnuda sobre mí. Mis pantalones bajaron hasta mis rodillas y, con gestos, le expliqué lo que esperaba desde hacía rato. Ella negó con la cabeza mientras miraba la puerta del patio, como si esperase una interrupción salvadora. Insistí y eso la asustó. Casi le supliqué, y volvió a negarse. Miraba hacia la puerta, desconfiando de nuestra soledad. Me puse de pie, sin levantarme los pantalones. Me acerqué a ella y olí su deseo, teníamos el mismo hambre, y uno era para el otro el bocado exacto.
Respiraba agitada, mirándome a los ojos. Acaricié su cara, enrollando su pelo en mi mano. Entonces le di un beso largo, jugoso.
En la casa se escuchaban las risas de la gente festejando el cumpleaños. Yo la deseaba encima de mí, desnuda. Traté de olvidarme de esa imagen, apreté los ojos y seguí besándola. Ahí estaba otra vez su mano cerrada, acariciándome. Yo sentía una dureza a punto de estallar que casi me causaba dolor físico. Entonces se arrodilló para besarme. La dulzura de sus labios me perdió, mis piernas temblaron y gemí, como hacía tiempo no gemía.
Ella se puso de pie y fue hacia la pileta del lavadero. Abrió la canilla mientras se bajaba los pantalones. Estaba oscuro y no veía bien. Recuerdo su espalda, y cómo ella me miró por sobre sus hombros. Recuerdo los jeans en sus tobillos, la bombacha diminuta y su voz entrecortada, sedienta.
—Ahora te toca a vos.