Reducidas esperanzas

Me despertaré sabiendo que será otro día de derrotas. Lo habré visto en sueños justo antes de abrir los ojos; desde hace tiempo anticipo desdichas mientras duermo. Eso me obligó a evitar el sueño: entonces las ojeras y el malhumor, y esta lenta destrucción de mí mismo.

Con todo, el sueño me vencerá, enemigo que no puedo doblegar con café o anfetaminas. Ganará control sobre mí, aflojándome la cabeza una, dos, tres veces, hasta cerrarme los ojos. Volveré a ver y a saber. Despertaré sabiendo que malviviré el día con una angustia duplicada.

Después encenderé la hornalla en el silencio de la cocina, un silencio que se alargará en una mañana igual a otra o a ninguna, hastío típico en estos días sin fin. El café se quejará desde el cacharro caliente. Apagaré el fuego y miraré sus burbujas negras, la ebullición que le falta a mi vida. Quizá la inmortalidad temida de Borges sea una espiral de embole que se estira hasta el infinito.

Sé que saldré al mundo traspasando la puerta de calle. Afuera me encontraré con ese montón de cuerpos tan distintos a mí, tan llenos de nada, tan antipáticos.

Luego de terminar el café me vestiré pensando en el viaje en colectivo: otra vez subiré suplicando que mi única moneda no sea falsa, abriéndome paso entre el montón de cuerpos apelotonados, peleando un asiento, sacando a empujones el libro que quiero leer, sintiendo en la cara el olor a pobreza y mal aliento. Apenas leeré unas hojas antes de bajarme, desconcentrado por el bamboleo del colectivo y las charlas de otros pasajeros.

Llegaré tarde. Lo sé, estoy condenado a sufrir esa tardanza, sabiendo que pude evitarla haciendo cualquier otra cosa diferente a esta resignación.

Abriré las puertas del local pensando que dormir sólo agranda ese futuro que no puedo cambiar, que va empujándome hacia un pozo más profundo. Encenderé la computadora creyendo en el fatalismo de mis sueños; no puedo convertirme en lo que no soy, no puedo dejar de perder.

Me obligaré a pensar en esa porción de mi derrota: no busco ganar, sólo quiero dejar de replegarme cada vez más lejos de lo que alguna vez fui. Y recordaré que no creo en un destino distinto del que escribo al caminar, y me desesperaré pensando que parte de mí intenta destruir mis verdaderos sueños. Algo, quizá un remolino en el café o el lento girar de la cuchara en la taza, me hará recordar que llevo dentro cosas que no puedo expresar, lo que me diferencia de los hombres apelotonados del colectivo. Sé que parezco su igual, pero muy dentro de mí escondo una diferencia.

Por fin, me convenceré hasta las últimas consecuencias: arañar y patalear y volver a levantarme, una y otra vez, es la única vacuna. Y cada vez que el sueño vuelva a empujarme lo enfrentaré con espadas de tinta y escudos y armaduras de papel rayado.

Comentarios

Ygriega dijo…
SUBLIMEEE!!!!! y yendo más allá de todas las ideas en tu texto (ke comparto, al igual ke vos), más allá de la excelencia con la ke están expresadas, reskato lo siguiente: sólo en medio de esa masa apelotonada y gris, te deskubrís a vos mismo... y sólo durmiendo, soñando, adkirís conciencia de ke al menos tu esencia está viva. y tus palabras llegan y se reflejan, y te leo desde el otro lado del espejo.
Unknown dijo…
La esencia es el verdadero principio de toda demostración. No lo digo yo, lo dijo Aristóteles.
Cordialmente,
Yo.
P dijo…
El discípulo estaba ocupado mezclando diferentes tipos de yerbas.

-¿Para qué mezclás la yerba? -preguntó el maestro.

-Porque no quiero acostumbrarme al gusto de ninguna -respondió el discípulo.

-¿Y cómo vas a hacer para no acostumbrarte al gusto de la mezcla?

El discípulo se iluminó.

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