07-04-2009

Hoy vi en otra persona la peor cara de la tristeza. Esa que atraviesa cualquier defensa, destruye toda máscara y arruina cada mañana.
[ACOTO: la vimos y no nos gustó, tinchito querido. No nos gustó ni un poquito]
Y verla así, digo, era una mujer desconocida pero real, imposiblemente triste y real, me dió lindo un cimbronazo, una frenada olímpica te diría, y me dejó sin palabras. Es que sobraban las palabras al verla triste y sola, tan indefensa. Ya sé, ya sé, no hay nada que me movilice más que la debilidad, propia y ajena. Pero quise ayudarla, y lo hice aunque ni siquiera pudiéramos hablar.
[ACOTO: Eso pasa porque te proyectás como una linterna; querías ayudarla porque te gustaría que te ayuden, porque creés que salvando a los demás estás salvándote a vos mismo de todo eso que llevás dentro y que no querés, o que ya no querés]
Ya no lloraba cuando se bajó del tren, mientras la veía alejarse por el andén con la vista fija en el pañuelito de papel que yo le había dado. No sé qué pensaba. No quiero saberlo. Intento creer que ese gesto le alegró la mañana.
Ahora, hoy, con eso sólo me basta.

Comentarios

Entradas populares