01-08-2010

Si no tengo otra voz que me desdoble
En ecos de otros sones el silencio
Hablo, sigo hablando, hasta que sobre
La palabra escondida de lo que pienso.
José Saramago.


Soy un hombre, dije antes.
Estoy seguro de que Cochito no está de acuerdo, para él no soy más que un ser infantil que siempre se ha refugiado en su diario, que vendría a ser como un refugio de papel, donde la realidad es erosianada, mejor dicho, esculpida, según mi propia conveniencia.
[ACOTO: Sí, sos infantil. Pero que huevos, tío]
Ayer me reuní con otros que comparten mis intereses. No importan sus nombres, al menos no ahora. Lo que importa en lo que imprimen, en mí, sus esfuerzos. Publican libros, escriben poesía, editan revistas... Se esfuerzan por lograr lo que yo ni siquiera intenté.
Los veo y pienso, y también escribo, y siento, sobre todo siento, que mis palabras no se pierden en la distancia, como dice Saramago, sino que rebotan contra algo y me vuelven, cambiadas.
No sé qué tengo enfrente. La ceguera de otros tiempos todavía no me deja ver lo se me acerca, lentamente, en el mañana.
Pero, además de mí, está la constancia de este diario, en cada puta letra que le imprimo, en el trazo irregular de mi pulso de recién despertado, en el silencio de la casa, en el calor de cada mate, en el suave respirar de mi novia, en la cama. Además de mí, está presente mi vida, y también, la forma como la cuento.
[ACOTO: Te repito; te perdés en un boludeo estilístico, cosa de peluqueros. Afiná la voz, sin aputosarte (o igualarte, je) y después, sí, buscate un tono]
A veces me siento ajeno, pero entonces leo a los grandes y me tranquilizo. Soy hijo de mi tiempo, de mi cultura, y, como a tantos otros, también me consuela el mal de muchos.
[ACOTO: Pero vos no sos tonto, sos tremendo pelotudo]
Recuerdo que, también, cuando me despertaba con los ojos desmesuradamente abiertos, se reían de mí, el más haragán de todos, aquél que nunca tendría una idea positiva, que no manifestaba inclinación por profesión alguna, que sería inútil en un mundo en el que cada uno debe sacar su tajada y que, por último, nunca sería bueno para nada, pues a lo sumo llegaría a ser bufón, exhibidor de animales o hacedor de libros.*
Por dentro me crece un flor de deja vu, y pienso: Ma' qué la resignación de Sísifo. Yo levanto la piedra por última vez, la subo al monte y, de ahí en más, que los dioses (me) la sigan mamando.

*Gustave Flaubert

Comentarios

¿Qué fue lo que te tranquilizó al leer a los grandes? ¿De verdad has dejado de sentirte ajeno?
Unknown dijo…
Me tranquilizó saber que muchos de los maestros sintieron la misma sensación de extrañeza.
Cordialmente,
Yo.

Entradas populares