19-05-2011

Estaba sentado en la PC y se me dio por pensar en los murciélagos. Más precisamente, en como hacen su camino de vuelta al hogar, ponele. Y entonces me imaginé el nido en dónde los esperan las murciélagas y los murcielaguitos. Lo visualicé como un lugar lleno de caca, olor y reclamos. muy parecido a lo que vivimos cotidianamente.

Pensé en los murciélagos porque estaba pensando en la ceguera y ahí, plop, se me apareció una rata voladora chocando contra la ventana.

Pavada de analogía, pensé.

Aunque en un principio le apuntaba a una ceguera más bien ideológica o política, se me ocurrió que también había un destino terrible en la miopía de los murciélagos: porque una cosa es andar ciego de noche y otra muy distinta en andar ciego de día.

Ponele que reconozcan la ventaja de que no pueden ser encandilados, pero, imagínense la sensación de inferioridad de los murcios* cuando pasan al lado de una paloma o un zorzal, y entonces los tildan de chicatos, de disminuidos, de poco rapaces. Y, quizá, pienso que la discriminación podría llegar a lugares insospechados, influenciada por las leyes promulgadas por don Carlos Darwin (ese inglés buche aliado con los mejor adaptados al (eco)sistema). Estos pobres bichos (junto con los cojos, los petisos, los mudos, los tuertos y los que no quieren ver, entre otros) puede que no sean tenidos en cuenta en eso sobrevivir a la extinción masiva que proponen los europeos de hoy.

*No me refiero a los oriundos de Murcia.

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