29-05-2011

La retengo, la levanto primero con el descalzo derecho, que me rebote dos o tres veces sobre el mismo. La cambio corto hacia el otro, la voleo íntegra y envenenada con el empeine hasta que queda detenida en medio del trayecto. Un rato allí ese cuero engrasado para que el inside alto y flaco se acomode lo mejor posible, penetre un poco más en el área visitante. Entonces sí la secuencia de la comba perfecta se reanuda, como un ejemplo de pase en profundidad.
Néstor Sánchez.


Cuando encaraba a un defensor, a mis 19 años, el tipo estaba listo; si venía a la carrera, acelerando con la pelota dominada, con esas cinco o seis marchas que supe tener, la probalidad de túnel aumentaba exponencialmente.
Recuerdo a un amigo que decía que sacarme la pelota era muy difícil. También decía que era imposible que le diera un pase. Pero bueno, la morfonidad futbolística ha sido una de las características principales de mi juventud.
El sábado pasado comprendí que, a mis casi 34 años, se está acabando el carretel de mi carrera futbolística.
Como gran gambeteador, hoy apenas puedo sacarme uno o dos tipos de encima, gracias a un esfuerzo físico antes que a una habilidad técnica. Como futbolista, he ido renunciado a posiciones en pos de performances: de delantero a volante, luego a defensor.
Quizá, pecando de vidente, podría afirmar que mi futuro está en la posición de volante central.
Cada tanto, como bien describe NS, agarro una bocha en el aire, no la dejo picar, y le imprimo la fuerza milimétrica que necesita para volar hacia un lugar determinado de la cancha. Hacia donde yo que quiero que vuele. Generalmente se va al carajo. Pero, a veces, si aquella vieja calidad de mis 20 años aflora, meto un pase lindo, de esos que te dan consquillitas en la panza, porque vas viendo la comba que describe (sin palabras), la frustación del defensor, la voracidad del delantero que se relame mientras ve llegar la pelota.
Aunque mi cuerpo empieza a olvidar, mi empeine tiene memoria*.

*Juan Manuel Bruñol dixit.

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