29-11-2011

La muerte no es una luz al final del túnel.
La muerte es el final de todos los túneles.
Rodrigo Fresán.


Recién me miraba al espejo y pensaba, ¿qué carajo soy?

Me estaba lavando los dientes antes de irme a torrar, pensando en eso. Preguntándome qué quiero ser hoy, ahora, en este preciso instante.

Me costaría explicar por qué me lo cuestiono. Tendría que contar un montón de cosas que se pierden en mi pasado más cercano. Pero lo voy a decir más fácil: hace dos días se murió quien pudo ser mi mamá. No lo era, pero bien pudo serlo. Y en cierta medida lo fue, en tiempos en los que no era fácil escucharme, entenderme ni soportarme.

Y, repito, recién me preguntaba qué carajo soy, porque recordé un conversación que tuve con ella hace uno o dos años. Ahora que lo pienso de nuevo, la verdad es que no compartíamos muchas creencias, pero sí compartimos mucho tiempo y también quisimos, mucho, a la misma gente.

En aquella conversación, me preguntó si yo pensaba, si lo creía realmente, que nunca más iba a tener una relación. Y yo le respondí que sí. Bah, no, digo, que seguro iba a salir con minas, pero no iba a encarar una relación, entendida como una apuesta a futuro, nunca más.

Ni en pedo
.

Ella se rió. Y no porque me tomara a broma, porque entonces era una de las pocas personas que me tomaba bien en serio. Se rió porque le causaba gracia que yo tuviese que aclarar tanto algo que, supuestamente, tenía tan decidido. Y enseguida me empezó a hablar de energías y de vidas reencarnadas.

Uno puede reírse ahora, ¿sabés, agendita? Uno puede pensar que ella no sabía nada o que se creía todo lo que le contaban. Pero tenía dos manos, y aunque en una guardaba esas cosas, en la otra tenía algo tremendamente poderoso: Ella también había vivido la vida, y se había enamorado, y había sufrido, y se había querido dejar morir, como yo también me había querido dejar llevar, abrumado por semejante kilombo. ¿Pero qué eran mis kilombos comparados con los suyos, agendita? Venirse de otro país, con un hijo en brazos, con la vida rota y el recuerdo de un hombre amado y perdido tan injustamente.

Y entonces, cómo no pensar que todo lo que me proponía era posible, al verla hablando conmigo, como la veo ahora mismo, con una sonrisa marcada a fuego en la cara, diciéndome que yo era joven, que el mundo también lo era y que nada me iba a parar, porque ella me conocía desde siempre, y sabía que mi destino estaba más allá de ese momento de mierda.

Un destino de luz, me acuerdo que me dijo.

Ella no era una bruja. Era una persona sensible, como yo. Una de las pocas personas con las que pude compartir mi sensibilidad sin sentir vergüenza. Ella me tranquilizó cuando yo era una bola de nervios. Ella me dio paz, en tiempos en los que quería destruirme y destruirlo todo.

Y sé que el haber vivido con ella marcó el principio de mi nueva vida. Ella conoció a Romina primero que nadie. Ella me contuvo cuando falleció mi abuela. Ella me dijo que me extrañaba mientras viajé por laburo por todo el país, durante varios meses.

¿Cómo podría explicarte, agendita, lo que significa que te digan que importás, después de que te echaron como un perro de tu casa, de que te separaron de todas tus cosas y no te queda nada más que un bolso con ropa nueva?

[ACOTO: quedate tranquila viejita, porque te voy a cuidar al nene como vos me cuidaste a mí. Porque, además de mi amigo, tu hijo, es mi hermano].

Ahora ella se fue. No sé adónde. No me importa. Sólo espero, sinceramente, estar equivocado en todo y que en verdad haya otra vida después de ésta, para que ella pueda estar con él, con su amor, para siempre.

Pero ponele que no sea así, ponele que cuando una luz se apaga, se apaga para siempre. Entonces tampoco me importa. Porque la memoria de la gente que me quiso y que quiero viaja conmigo, en ese altar que tengo en el balero y en este pecho que la extraña.

Yo honro a mis muertos, ¿sabés, agendita? Porque son lo más preciado que me dio la vida.

Y aunque no me pude despedir como hubiese querido, tuve la suerte de poder decirle:

-Ya sé que no te debo nada, pero igual te lo agradezco y siempre te lo voy a agradecer. ¿Y sabés por qué sé que no te debo? Porque lo que hicieron por mí no tiene precio.

Ella vivirá en mí, ahora. En todo lo que hago, pienso o escribo. Y también vivirá en todos los que conocieron esa sonrisa fácil y esa alegría, imparable a pesar de tanto sufrimiento.

Sé que nos vamos a encontrar otra vez. Sé que te vamos a traer de vuelta cada vez que contemos, tu hijo o yo, alguna de aquellas historias de cuando nos retabas por ser tan pendejos y tan pelotudos.

Porque en eso tenías razón, Tere: La bondad y el amor siempre vencen a la muerte.

Y, para terminar, me respondo: Hoy seré aquél hombro sobré el que lloré hace unos años. El mismo hombro con otras lágrimas que se mezclan con las mías, sin el dolor de la soledad.

Comentarios

Entradas populares