18-12-2011

Mi memoria no es un palacio. Mi memoria es una nave espacial girando en una órbita muerta alrededor del pasado. Allí estoy yo, desde allí transmito, en trance, como un disc-jockey de medianoche.
Rodrigo Fresán.


Your are my angel, you are my darling angel...
Simple Red.


Me acuerdo patente, ahora, en la seguridad que da la distancia y la certeza de que las cosas no salieron mal. Me acuerdo como si recién hubiese colgado. Eran las 3 de la mañana. El teléfono me despertó. Salí de la cama corriendo, pensando que llamaban del trabajo por algún problema. Pero no, el que hablaba era mi viejo. Me dijo:

-Acá estamos destrozados. A tu hermana la están operando de un tumor cerebral.

Sentí que Mike Tyson me daba 3 piñas en la cara. De lleno.

Pocas veces en mi vida había experimentado eso: sentirme fuera de lugar, perdido, sin entender que estaba besando la lona con la boca llena de baba, pidiendo que no me contaran hasta 10.

¿Y cómo explicar la sensación? Mi hermana, que dos meses antes había tenido un bebé. Mi hermana, que me había mostrado al gordito Nahuel por video una semana antes. Mi hermana en el quirófano, con una sobrevivda del 30% y ninguna garantía para después.

El mundo se va a la mierda, pensé. No, el mundo no. Mi vida se va por el caño.

Mi viejo cortó y me quedé con el teléfono en la mano mirando la oscuridad, sin entender qué carajo estaba pasando a mi alrededor. Cuando se te agolpan 3 o 4 sucesos de mierda, empezás a creer que la culpa es tuya, por alguna razón estrafalaria. Como que toda la mierda judeocristiana que absorbimos de pendejos, de repente se nos agolpa en la garganta, asfixiando cualquier pensamiento.

Me desesperé.

Romina
me preguntaba qué pasaba desde la cama y yo... ¿qué le iba a decir? Que mi hermana, que hacía poco había sido madre de un segundo hijo tan buscado, se nos iba porque, bueno, viste cómo son estas cosas...

¿Qué podía decir sin romperme en mil pedazos?

Entonces escuché la voz. Esa que me habla cuando el control de las cosas se me escapa. La que me da tranquilidad cuando el miedo me eriza los pelos de la nuca:

-¿Para qué carajo leés tanto si a la primera de cambio te asustás como un imbécil? Tanta intelectualidad y no sos capaz de serenarte ante los kilombos, si tenés mil veces aprendido que los problemas se resuelven con la cabeza.

Era su voz. La que me hablaba en las tormentas, tranquilizándome, diciéndome que tenía que confiar en la fuerza que tengo dentro. La voz que me decía que nada me iba pasar porque soy indestructible. Era mi consciencia, a quien he dado un nombre, que me mantuvo cuerdo durante los momentos más difíciles de mi vida.

Dejé el teléfono en la base. Fui hasta la habitación y le conté a Romina lo que estaba pasando. Entonces sentí que algo se desbordaba adentro mío. Pero fue suave y liberador, sin perder el control. Después me quedé despierto, sabía que sería inútil intentar dormir.

Fui al baño otra vez, me miré al espejo y dije:

-Gracias.

Sé que alguien se cagó de risa en mi interior. Pero yo lo dije en serio.

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