08-03-2012

La vida es una estación de tren, hermanito. Por ahí van y vienen trenes repletos de gente. Siempre llorás mientras los ves ir y venir. A veces de alegría. A veces de tristeza, cuando uno se lleva a alguien que querés mucho. La cosa está en aceptar que los trenes van y vienen y que vos también viajás en las estaciones de los demás.
El Chino.

Entre la pena y la nada, elijo la pena.
William Faulkner.

A veces sólo te pinta largar un la concha de tu madre porque no da para más. Porque la injusticia te rompe mucho las bolas. Otras veces ni eso, y sólo te ponés triste y te dejás llevar por los recuerdos. Como cuando me quebré la clavícula y me pasé un mes viviendo con mi abuela y mi primera maestra de Taller Literario, Chela Grossman, me dio clases a domicilio.

Hablo de mi abuela porque hace muy poquito pasó algo que me la hizo recordarla, otra vez. Y pienso, mientras mezclo varias experiencias vividas en cosas diferentes: ¿podés aprovecharte de todos en cada oportunidad en que te dan el beneficio de la duda? ¿Podés ser tan ventajero como para afanarte un original de una reunión de comiqueros? ¿Podés pensar que nadie te va a reclamar, o que nadie va a darse cuenta, o que sos impune en todo lo que hagas?

Yo mismo le pifio. Muchas veces le pifio. Pero siempre es sin intención, de boludo nomás. Supongo que soy así porque sé de dónde vengo y adónde voy. Porque no tengo vergüenza de mi origen bosteril, de mis partidos en potreros, de mi infancia media boba en un pueblo de apenas 7 mil habitantes.

¿Por qué tendría que avergonzarme de que mis compañeritos de primaria me apodaran pescalandia, por lo soquete que era?

Después llegó el monchiman playero, la canchereada, el pibe cogedor.

En los últimos tiempos se me fue gente piola, pulenta, real. Algunos eran muy cercanos, otros lo eran de rebote. No sé por qué se me dio por compararlos con los ventajeros que he conocido y sufrido en mi vida, y me saltó la bronca.

Supe que tenía que sacármela para que no me enferme y, bueno, acá salió vomitada.