28-01-2013


Lo vi de refilón, el día antes de volvernos. Apenas un pibito, no tenía más de 17 o 18 años. Corría una ola tras otra, tirando piruetas. Se divertía viboreando entre los bañistas. Desde lejos parecía un tren; iba y venía de la línea a la orilla, remando sin descanso.

Lo miré un rato, recordando las tardes de diversión en Valeria. Cabalgaba una olita que apenas lo bancaba, pero el pibe la estirarba hasta la arena. Era un atrevido que hacía la vertical sobre su longboard mientras cortaba la única onda que aparecía por Piriápolis.

Justo ahora que estoy corrigiendo la novela, pensé.

Disfruté viendo a quien reconocí como un surfer, igual a muchos de mis amigos. De mientras, me sentía un poco él arriba de la tabla, delirando sobre las olas en un día de práctica, porque, a pesar del tiempo que nos separa, no somos tan distintos.

Él era un surfer, como yo lo fui alguna vez.



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