20-07-2013

¿A dónde me fui, mané? ¿A dónde carajos?

[ACOTO: ¡mandá primero un feliz día, infeliz!].

No quiero.

Hace unos días me di cuenta de lo que (me) pasó: rodeado por miedos e inseguridades, me dejé acorralar contra las cuerdas y no aguanté hasta el último round. Le di bola a la parte débil de mi personalidad, la miedosa que siempre juega para atrás, como si pudiese mantener el cero a cero toda la vida.

[ACOTO: entonces aparecí al otro lado del espejo y te mostré los dientes. Y al verme entendiste, por enésima vez, que de las tormentas se sale remando a todo brazo y con mucho huevo].

Antes no necesitaba dividirme en dos o más monchines. Era uno solo, que vendría a ser yo mismo. Era auténtico. Pero en algún momento me pesó la "visión de los demás", esos que no la peleaban conmigo en cada verano o finde largo, pero que me necesitaban igual.

Me dejé llevar por otras necesidades. Me entregué. Y apareció en mí ese otro. El biorsi. El que no arriesga pero pierde igual, siempre.

[ACOTO: ojo que no es borgeano el asunto, acá no hay dobles ni ocho cuartos. Reconocé de una vez y para siempre que tu parte más salvaje es la que define quien sos. La voz que emociona a todos los que te escuchan hablar. La mano que dicta lo que escribís. La que te obliga a recorrer la ciudad para encontrarte con 50 personas al mismo tiempo, mientras te cargan diciéndote que sos un desastre porque no podés pretender verlos a todos, todo el tiempo. La que hace que no te quedes con nada porque lo importante es dar todo, siempre. Ese otro que nombrás, el choto, es sólo una máscara que usás para convencerte y convencer a los demás de que sos confiable].

Y ahora tampoco soy confiable. Ni siquiera sé si soy real. Aunque tengo la certeza de que alguna vez también fui valiente, ahora no sé.

[ACOTO: pasa que perdiste la memoria].

Tengo miedo.

[ACOTO (y la terminamos): ¿y qué? Siempre tuviste miedo pero te lo llevaste puesto. Andá preguntarle a los valerianos si no confiaban en tenerte siempre remando justo más allá del hombro. Andá a preguntarle a los nocturnos cuán poco importante era verte aparecer, aunque fuese a las 4 de la matina, para darles un abrazo. Andá a preguntarle a los futboleros qué significaba para ellos esa imprevisibilidad que te hacía jugar tan lindo a la pelota. Andá a preguntarle a tus mujeres qué parte de vos les gustaba más, si el tipo confiable o el que arriesgaba todo. Y, por último, preguntate si es más llevadero vivir una vida sin cardiogramas o pararse en el borde para mirar el abismo ahí abajo sabiendo que nunca en la puta vida te vas a caer. Preguntate hacia dónde saldría el vos de entonces, que fue y es el yo de ahora, al verse rodeado y asustado y chorreando caca. Aceptate como sos y después me contás si es más o menos difícil].

¡Ah, feliz día a ustedes, che! ¡Y gracias por todo, siempre!

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