23-03-2014 (pero es mais viejo)

Cada vez que pienso en mis quince años, vuelvo al local  de Suárez repleto de libros y a las sonrisas cómplices de los bibliotecarios cuando me veían entrar por la puerta de Suárez. Me rateaba de gimnasia para ir a leer Tintín. Después, liquidada la serie del rubiecito, fui detrás del gordo y el flaco galos. Siguieron Lucky Luke, toda la colección de Magnum, Nippur, El Tony y mil etcéteras.

Un día descubrí los libros sin dibujitos. Uno de los bibliotecarios me recomendó los primeros; Los viajes de Gulliver, La máquina del tiempo, Momo, Soy leyenda, todo Cortázar y El largo adiós. Esas tapas se hicieron inolvidables para mí; tapas viejas, de libro donado que ya nadie quiere. Ediciones rústicas, amarillentas. Feas si se quiere, pero llenas de la imaginación que yo perseguía por esos estantes.

En mis años de secundaria me rateé mil millón de veces. No siempre fue para leer libros a escondidas, pero casi. Nadie, ni siquiera mis amigos más cercanos, estaba al tanto de mi lectura secreta. Hoy, con el resultado puesto, supongo que me daba vergüenza reconocerla.

Así fue como dejé de ser el burro que jugaba más o menos a la pelota y surfaba bien, y me enamoré de la imaginación de todos los que habían creado un mundo de papel, para que yo pudiese descuartizarlo y volverlo a armar en aquellas mañanas y tardes silenciosas de La Boca.

Hace un tiempo volví. Necesitaba reencontrarme con algo parecido a mí mismo.

Los ruidos de la calle habían vencido al silencio que engordaba en mi casa, y me habían dejado sordo. Engañado por esa sordera, elegí mal, mentí y me dejé llevar. Convencido de que peleaba una guerra sin cuartel, lastimé y me lastimaron. Y quedé solo, de pie, en la nada. Desesperado por entender algo, volví al único lugar que recordaba silencioso, solitario y completamente mío.

Fue en diciembre del año pasado. Volví y la biblioteca ya no estaba. Me dijeron que se había mudado y me dieron la dirección pero no fui. Mis sueños y mis dichas de adolescente no podían trasladarse. Iban a quedar en esos salones, para siempre.

Con las manos en los bolsillos, miré un rato desde la vereda de enfrente.

Ayer, La Biblioteca Popular de La Boca me había dado ilusiones. Hoy, me dictaba palabras. Palabras que terminaron acá.



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