100 días guardado en casa.

Prueba de fuego para la Griega y yo pero también una comunion de dos (o de cuatro, más bien).

Afuera el mundo llega a su fin y se resetea, como PC de verga corriendo un windows viejo.

Adentro lloramos, nos reímos y, en definitiva, sentimos que lo que afuera se cae a pedazos, acá aguanta muy bien.
anatoly
Estos días de encierro también han dejado un par de certezas:

El mundo es una garcha.

La gente es una garcha [no toda la gente].

Tengo ganas, muchas ganas, de jugar al fútbol.

Me rompe las bolas la virtualidad.

Quiero sentir la calidez humana que comparto en el café con tostadas que prepara la griega antes de salir a yugarla, en la caricia que me brindan los tapones de un zaguero rival, en el mate que me convida mi compañero de laburo, en la cremona que se compra mi jefe, en las bananitas dolcas que me vende el kiosquero o en la discusión farisea que se arma en el profesorado.

Quisiera contar la anécdota de los 100 días como si fueran pasado pero todavía falta una banda. Y entonces alterno entre mil doscientas cincuenta y nueve cosas en vez de estudiar, hago dibujitos con la compu, escucho bandas de sonido de peliculas o qué sé yo cuantas cosas más.

Pero el tiempo no pasa. Porque la percepción del paso del tiempo se detuvo.

Hacer, en nuestra sociedad, tiene que ver con no estar quieto, con moverse constantemente. La no-movilidad es entendida como un problema, un disvalor. Porque esta idea-fuerza tan siglo XXI propone al movimiento como fin en sí mismo, como sentido último de la vida.

En el medio, en esta existencia fractal, el sueño último de una sociedad clónica (que multiplica y convierte todo en entretenimiento) contradice el planteo de la liberación sexual: hoy se busca el máximo de reproducción con el menor sexo posible.

¡Qué vivan los memes!

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