11-02-2014

EN LA CARPETA

Tomé mi amor que asombraba a los astros
y le dije: señor amor,
usted crece de tarde, noche y día,
de costado, hacia abajo, entre las cejas,
sus ruidos no me dejan dormir perdí todo apetito
y ella ni nos saluda, es inútil, inútil.

De modo que tomé a mi amor,
le corté un brazo, un pie, sus adminículos,
hice un mazo de naipes
y ante la palidez de los planetas
me lo jugué una noche lentamente
mientras mi corazón silbaba, el distraído.


Juan Gelman, Gotán.


Perdí poroto tras poroto en una partida mítica. Hasta que tu mano se llevó el último, arrastrándolo por sobre el fieltro verde de la mesa. Así quedé vacío de palabras, de emociones. Después, vino otro tiempo en el que aposté fuerte, todas las noches. Pero fue al pedo: desfilaron frente a mí grandes sumas de nada, porque la emoción y la palabra seguían ausentes.

Un día me desperté con una casoleta de metal alrededor de mi corazón. No me asombró y tampoco importó demasiado: hacía rato que buscaba la ausencia de dolor, a la que asociaba con la muerte de mis emociones. Recibí esa armadura como una bendición y me dejé llevar por el mutismo de mis amores.

¿Amores será la palabra? 

También blindé mi piel a los reclamos internos. No es que fuese infalible. A veces la cosa llegaba desde el otro lado de esa frontera autoimpuesta; en el más acá, escondido, estaba yo. En el más allá, estaban todos y nadie al mismo tiempo. Porque uno nunca se cansa de perder. 

Solamente se cansa.

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